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"La tormenta en el mar de Galilea". Rembrandt, 1633 |
¿Quién no se ha maravillado al observar un diminuto insecto, un ave estridente, o la lejana estrella que bordea el infinito? Vivimos en un mundo lleno de maravillas, y de impresionantes retos, donde la flor de romerillo nos recuerda a Cuba y el olor del café a las mañanas de nuestra infancia, hermanadas con las tardes que nos esperan presurosas.
Al observar en silencio la vida, nos
llena un sentimiento expectante de: "¿Ahora
qué pasara? Todo está demasiado quieto". La vida no es así, es
movimiento y algo de broma dentro de mucho esfuerzo y lucha por sobrevivir. Cuando
muchos años nos llenan las ganas de volver a ser niños y cuando ya vemos la
vida un poco desde lejos, sabiendo que el tramo que nos queda es menor que el
que recorrimos, es cuando recordamos que al principio fuimos escogidos para
pasar por este espinoso jardín y es cuando pensamos poco a poco en volver al
principio y muy abruptamente a veces, pensamos en el infinito.
¿Qué es el infinito? ¿Queda para
nosotros la eternidad? Somos un cuerpo donde nuestra alma y nuestro espíritu
día tras día forcejean entre sí, y en contra de ese recipiente de barro que en
cualquier momento se rompe o se agrieta.
Los cristianos tenemos la convicción
de que después de morir seremos juzgados por Dios por nuestras obras y por la
fe en Cristo, nuestro Señor, seamos premiados o no, siempre tendremos la
eternidad asegurada. Pero; ¿qué de aquellos que atrás quedan en el camino y
jamás veremos? ¿Dónde podremos llenar de paz y sosiego los corazones sino en la
fe en Cristo? Cuando amanece y oramos, y nuestra paz nos entrega el ritmo
diario de fe para la lucha con sosiego, recordamos, si somos justos, que
nuestra vida apenas nos alcanza para sentirla mientras se nos escapa, casi sin
darnos cuenta de ello. Decimos nuestra vida, porque es la única que conocemos y
porque es la nuestra, pero sabiendo que hay otra en Cristo Jesús que nos espera
después de que este recipiente de barro se haya agrietado y roto, dejando salir
nuestra alma y nuestro espíritu eterno hacia nuestro Dios.
En nuestro orar damos gracias a
nuestro Padre por esta vida que nos regaló con un solo propósito, poder
conocerlo desde nuestra perspectiva humana y amarlo y dar testimonio de su
grandeza desde nuestra vasija de barro, que nos mantiene en prisión hasta ese
glorioso día para nosotros que será de tristeza para los que queden mirando
nuestra partida sin regreso a ellos.
¿Qué es más fácil decir: te quiero
mucho o ven que te voy a explicar cómo todo no está perdido aun para ti y
tienes una esperanza después de que creas que ya la has perdido toda
definitivamente y sin remedio?
La teoría evolucionista continuará
tratando de cortar las alas de nuestras almas de colibrí y de enterrarnos en
una jaula de simios para que en el futuro podamos probar el dolor de ya no
tener ni gota de fe, pero yo seguiré creyendo en mi Dios, y en mi Jesús, mi roca firme, el que
levanta cada día mi cabeza y me llena de su luz en la mañana y en las tardes y
noches, desprendiendo el sopor de la desesperanza, llenándome de paz en la
tormenta.
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