Sabiendo que perdón es el acto de perdonar, o sea, solicitar u otorgar a
alguien la remisión de una falta; y sabiendo que rencor es el sentimiento de
hostilidad o gran resentimiento hacia una persona a causa de una ofensa o un
daño recibidos; ¿Cuál sería nuestra respuesta al preguntársenos si sabemos
perdonar?
Si nuestra respuesta es sí, es muy probable que tengamos más posibilidades
de vivir una vida saludable y equilibrada física y mentalmente. Pero si contestamos
que no, debemos al menos estar conscientes que el rencor que guardamos por lo
que se nos ha hecho, lo guardamos POR otra persona, pero desgraciadamente lo guardamos
EN y PARA nosotros mismos.
Está comprobado científicamente que las personas que poseen la capacidad de
perdonar viven una vida más saludable que aquellas que no lo hacen con
facilidad. El rencor que siente una persona que no perdona, afecta su sistema
nervioso y por consiguiente todo su organismo de múltiples formas. Es imposible
imaginar feliz a una persona con rencor.
Ese rencor puede transformarse con el tiempo en odio y deseos de venganza. Alguien
dijo que el odio era el veneno que una persona se tomaba con la esperanza de
matar a otra. El rencor más injustificado de todos es el que surge por envidiar
a otra persona.
Tal vez un día seremos nosotros los que pidamos perdón a alguien, pues después
de todo no somos perfectos y no siempre tenemos la razón. Perdonarnos a
nosotros mismos es algo necesario, si ya les pedimos perdón a Dios y a la
persona que dañamos.
Cuando padecimos un dolor físico, recordamos una experiencia desagradable
que tuvimos en la carne. Pero cuando sentimos rencor por una persona que aún no
hemos perdonado, ese recuerdo vivo y doloroso en nuestra alma puede crecer allí
como un monstruo. ¿Por qué lastimar nuestra alma cuando podemos perdonar y
arrojar fuera a ese monstruo?
Jesucristo al ser preguntado en una ocasión por sus discípulos si se debía
perdonar al hermano siete veces, respondió: “No te digo siete, sino setenta
veces siete”. Estando clavado en la cruz, en agonía de muerte, rogó a su padre:
“Padre perdónalos, porque no saben lo que hacen”.
Aunque nunca nos pidan perdón, por amor a Dios y a nosotros mismos,
perdonemos, para poder disfrutar la bondad de la paz interior que se manifestará
como salud y optimismo. No sea que cómplices del mal y a causa de su obra
macabra, terminemos siendo culpables y a la vez víctimas del rencor.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario